Lo que mata la guerra: Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón de Albalucía Ángel.

Colombia parece tener una herida abierta desde hace más de 70 años y un talento especial para ignorarla. Más que un momento histórico, la Violencia (1946), con una v mayúscula que intenta abarcar la realidad de una sociedad que optó por la sangre, las armas, la muerte; ha marcado para siempre a la humanidad entera, que entre cadenas gime y no parece comprender las palabras de nadie, salvo las del sonido de las balas. Tal es el impacto de este periodo de tiempo sin fin, que en nuestro país se inaugura, casi como una necesidad, toda una corriente literaria interesada en plasmar sus razones, enredos y crudeza. Entre las distintas obras que la componen, se encuentra Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón de Albalucía Ángel.

La escritora colombiana nació en Pereira en 1939. Su trabajo literario se ha caracterizado por ser disruptivo, creativo, revolucionario y estimulante; por lo que ha sido merecedora de diferentes reconocimientos, entre los que está el Doctorado Honoris Causa, otorgado por la Universidad Nacional de Colombia, debido su impacto en la literatura del país y de América Latina. Durante su juventud, tomó cursos de arte en la Universidad de los Andes y, tiempo después, con guitarra en mano, recorrió el continente arrastrando consigo el sonido de su patria. Es así como en 1970 publica su primera novela, Los girasoles de invierno, en la que narra diferentes aventuras en Europa; dos años después, sale a la luz Dos veces Alicia; y en 1975 presenta Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, su novela más reconocida, a pesar de que en 1979 publicaría una colección de cuentos titulada ¡Oh gloria inmarcesible!, entre otros textos críticos, poemas y obras de teatro.

De esta manera, Albalucía Ángel, cargada de recuerdos de su infancia y rodeada de música, se convierte en un referente de la novela histórica de formación, en la cual se evidencia una gran preocupación por los acontecimientos históricos, a la par que plantea la ruptura con la hibridación de las formas de la novela y los juegos metaficcionales. Así, construye su novela más importante partiendo de la identidad individual para terminar mezclándola, de manera inevitable, con la identidad colectiva. Para lograr esto, ya no recurre a una narración lineal, ordenada y lógica, porque así no se puede narrar una realidad fragmentada, ilógica y violenta. Por lo que su escritura se convierte en la representación de un mundo desmembrado, de memorias reconstruidas y voces olvidadas.

De este modo, Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, es el resultado de un trabajo investigativo que duró cinco años, en los cuales Albalucía Ángel intenta reconstruir hechos históricos relevantes para el país entre 1948 y 1967, tales como el Bogotazo y la consiguiente guerra bipartidista; entregándole al lector un rompecabezas de palabras, al que se suma el reto de armarlo sin llegar nunca a una imagen definitiva. Es así como la infancia de Ana estará marcada por un contexto que, aunque lejano y escuchado por la radio, termina extendiendo sus consecuencias a cada rincón del país, en el que nadie está a salvo cuando

"«Se oyen tiroteos esporádicos en varios puntos del norte de la ciudad. El siniestro resplandor de los incendios continúa ensombreciendo la noche. Después de inmensos trabajos se ha podido establecer un semiservicio con la radio Nacional desde Palacio. El presidente con voz vigorosa, lee un mensaje que termina: ‘Hombres y mujeres de mi patria, no olvidéis que en este momento la historia vigila nuestros actos y aun nuestros pensamientos. Espero que cada uno de vosotros sepa cumplir con su deber como yo sabré cumplir hasta la muerte con la totalidad de la misión que me habéis confiado’»"

Es así como comienza un juego polifónico representado en un “desorden” narrativo que caracteriza la vida misma; en el que la voz principal será la de Ana. Esta joven pereirana intentará, por medio de conversaciones susurradas, preguntas no respondidas, muertes prematuras y reglas incomprendidas, entender, asumir y vivir el entorno violento y sangriento que configura sus raíces, miedos, contradicciones y conflictos. En este, la falta de respuestas, los actos motivados por el miedo y una perspectiva única de la política y la religión abarcan todas las posibilidades económicas y educativas:

"—¿Te excomulgaban porque leías El Tiempo? ¿Y por qué? 
— Pues porque sí, porque El Tiempo es liberal y era pecado ser liberal, ¿no le digo? 
—¿Y por qué era pecado ser liberal? 

—¡Y yo que voy a saber...! Porque sí"

Además de asumir esta realidad impuesta, su cuerpo de mujer será un vehículo de exploración sexual, pero también una zona de violencia. En primer lugar, su deseo de desarrollar aptitudes intelectuales y su vocación musical se ve obstaculizado por los prejuicios familiares y sociales entre los que no caben acciones que se alejen de los roles de género establecidos. En segundo lugar, su vida sexual va a esta marcada por una violación, situación que la marcará profundamente y pondrá en perspectiva una escena pasada, con la que comprenderá que su cuerpo no es el primero que ha sido violentado, y no será el último. Ana va a intentar redimir este trauma con su afirmación vital de disfrutar su vida sexual con Lorenzo, a quien ama.

No obstante, su voz no es la única que intenta hacerse escuchar; también está presente un coro de voces olvidadas, relegadas en la memoria, tales como las de soldados, campesinos, mujeres, estudiantes, periodistas y vecinos que narran acontecimientos de los que fueron testigos. Además, se introducen citas textuales referentes al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, así como declaraciones oficiales. Esta polifonía le suma un reto al lector: enfrentarse a las contradicciones propias de la historia contada desde un tejido de voces en constante aumento, en el cual se confrontan motivos y visiones de mundo particulares. Es así como estamos ante una realidad múltiple y contradictoria, que se actualiza entre más voces sumemos a la conversación. Gracias a esto, como lectores podremos hacer un recorrido a través de acontecimiento como el asesinato de Gaitán, la guerra bipartidista, la lucha de clases, las revoluciones estudiantiles, el surgimiento de la guerrilla y el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla; llegando incluso a la intimidad de la familia de Ana, representando la institución básica de la sociedad, desde la que comienza la trasmisión de ideales conservadores y tradicionalistas.

Tal es que nos enfrentamos a un presente de adultos que en realidad son niños heridos. Una sociedad conformada por seres humanos que han visto perturbada su infancia, y han perdido la confianza en los proyectos colectivos, en el que líderes sociales 

"se murieron porque creían que al hambriento hay que darle de comer y al sediento de beber y hay que enseñar al que no sabe y darle ropa al pueblo y romper las cadenas aunque después te llamen visionario o loco o mártir y una bala te deje frío en medio de la cañada y te entierren sin cruz y sin que doblen la campanas: la pelea es peleando"

Por esta razón es comprensible la necesidad de Ana de buscar razones en el pasado para comprender un presente fracturado. Sobre todo cuando pasado, presente y futuro se vuelven uno solo: recuerdos compartidos, recuerdos que se convierten en vivencias actuales, recuerdos en espiral que no dejan de sangrar, recuerdos que se convierten en la única perspectiva de futuro. Es así como vivir se convierte en un paso por la inconsciencia infantil, la conciencia ingenua y expectante de la juventud, y la conciencia desilusionada del adulto. Por lo tanto, la guerra no solo mata: deja su secuela en cuerpos que respiran, pero a los que les han asesinado la infancia, los sueños y el pasado, destruido el presente y dejado su futuro al borde del abismo.

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